Anécdotas buscando un piso compartido en Alemania

Ya sea como estudiante o al comenzar una nueva etapa en Alemania, muchos inmigrantes optan por compartir piso en algún momento. En este artículo, comparto mis aventuras y desafíos al buscar un lugar en tierras germánicas.

Suerte de principiante

Cuando llegué por primera vez a Alemania, tuve la suerte, o tal vez la mala suerte, de instalarme en una residencia de estudiantes. Más que una residencia, parecía una casa embrujada con sus pasillos silenciosos y desolados. Así que, un mes antes de que venciera el contrato, me propuse encontrar un lugar más acogedor y, si era posible, más económico.

Un día, tuve la fortuna de conocer a Jorge, un alemán afable que hablaba español con un acento chileno. Casualmente, solíamos coincidir en el tranvía y en eventos latinos. En una ocasión, Jorge me compartió su emocionante noticia: su novia de Chile vendría a Alemania para casarse con él. Para celebrar, lo invité a una cerveza. Al final, le comenté mi búsqueda de un nuevo lugar y Jorge, sin dudarlo, me ofreció su propia habitación una vez el dejara el piso para mudarse con su novia.

No fue necesario pasar por las típicas entrevistas, ya que Jorge me recomendó y nadie se opuso. Finalmente, me mudé a una habitación de 15 metros cuadrados con balcón por un precio muy razonable, ya que el piso aún no estaba completamente construido. La madera crujía bajo mis pies, pero ese lugar me encantaba.

El sarcófago de la felicidad

Cuando tuve que buscar nuevamente una habitación, encontré una casa de estudiantes de Teología. La mayoría de los residentes eran evangélicos, pero no tenían reparos en aceptar a personas de otras religiones. Además, el lugar era perfecto, ya que estaba en el centro de la ciudad.

En la entrevista, noté cierta negatividad en el administrador, parecía desmotivado. Fui honesto con él y le dije que cualquier habitación sería ideal para mí, porque estaba desesperado. No tenía mucho tiempo antes de tener que dejar la habitación en la que estaba viviendo.

Dos días después, me llamaron y me preguntaron si estaría dispuesto a tomar una habitación de 11 metros cuadrados con un ropero en el pasadizo. No dudé en aceptarla, aunque fuera muy pequeña y tuviera que apañármelas para dormir y trabajar. Las paredes eran delgadas, lo que significaba que podía escuchar todo lo que hacían los demás residentes. Sin embargo, fui muy feliz allí gracias a los recuerdos que acumulé y las personas que conocí.

La suerte no es eterna

Después de tener una experiencia satisfactoria viviendo en una casa de estudiantes de Teología, pensé que había descubierto la fórmula mágica para comenzar una nueva etapa en una ciudad diferente. Por suerte, encontré otra casa de estudiantes, que, aunque no estaba relacionada con la Teología, se autodenominaba de orientación católica. Decidí enviar mi solicitud y, unos días después, recibí una invitación para una entrevista.

Si te preguntas por qué estaba tan interesado en un club de estudiantes, sobre todo uno relacionado con la religión, es porque los costos, al menos para estudiantes, eran muy bajos, y en mi opinión, eran muy comprensivos con la situación de los estudiantes extranjeros que llegaban a una nueva ciudad.

La entrevista, en mi opinión, fue positiva. A muchos de los miembros les encantó que me gustara cocinar, además de poder comunicarme en inglés y alemán. Sin embargo, al final no fui aceptado, a pesar de que había un mexicano entre los entrevistadores, a quien supuse abogaría por mí. Con el tiempo, me enteré de que fue precisamente él quien propuso mi eliminación.

¿Y Ahora qué hago?

Después de ser invitado a varias entrevistas y luego rechazado, con situaciones como esperar durante 3 horas mientras me debatía entre gastar los últimos 5 euros del día en el pasaje de regreso o en algo para comer, y en otra hacer cola en la calle con otros aplicantes para una habitación sin calefacción, me sentí frustrado y me hice la pregunta inevitable: ‘¿Y ahora qué hago?’.

Mi primer rayo de esperanza se encontraba a una hora de distancia de la ciudad a la que planeaba mudarme. La habitación era pequeña pero acogedora, y la amable dueña me aseguró que podía tomarla. Sin embargo, me recomendó seguir buscando, ya que una hora de distancia era mucho. Decidí seguir su consejo y continuar buscando, pero esta vez un poco más tranquilo, sabiendo que al menos tenía un lugar asegurado.

Finalmente, llegué al departamento de Bob a media hora de la ciudad, quien era un tipo excéntrico, pero comprendió de inmediato mi situación. Me ofreció una habitación y, además, un colchón en el que solía dormir su perro, lo cual era mucho mejor que la idea de dormir en el suelo, algo que ya me había planteado. Me quedé allí durante 4 meses hasta que finalmente encontré un lugar cerca de la universidad.

Conclusión

En función de la ciudad a la que planeamos mudarnos, encontrar un piso compartido puede convertirse en todo un drama. En lugar de desanimarte si no eres aceptado, es fundamental mantener un espíritu optimista y explorar más opciones, especialmente si necesitas compartir un piso para reducir gastos. En mi caso, se cumplió el dicho de ‘Cuando una puerta se cierra, otras se abren’.

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