Cuando crucé al otro lado del charco

En una conversación, surgió el tema de cómo llegué a Europa, y con ello, afloraron una serie de recuerdos significativos. En este artículo, compartiré mi experiencia, narrando el proceso que atravesé y los desafíos que tuve que superar en el camino.

El profeta que anunció el viaje

Cuando recibí mi primer salario, mi primer impulso fue entregárselo por completo a mi madre y sugerir que fuéramos juntos al mercado. En ese momento atravesábamos tiempos difíciles y a menudo veíamos el refrigerador con mucho espacio vacío. Una vez en el mercado, un anciano se nos acercó y nos ofreció leer nuestro futuro a cambio de unas monedas.

Cuando llegó mi turno, el anciano me miró y dijo: “Vas a ir lejos y después regresarás para luego irte aún más lejos”. Esta adición final me dejó perplejo, y el anciano sonrió nerviosamente mientras seguía compartiendo sus predicciones y advertencias.

Siendo objetivo, en ese momento no veía muchas posibilidades de realizar un viaje. Mi vida se centraba en estudiar y trabajar, y creía que esa sería mi rutina hasta después de terminar la universidad. Lo que no sabía en ese momento era que dos años más tarde estaría en los Estados Unidos y, al año siguiente, en Alemania. La vida tiene formas sorprendentes de llevarnos por caminos que nunca imaginamos.

El efecto Mariposa

“Debes practicar más”, solía decir mi maestra de inglés mientras me miraba con frustración al ver que tenía dificultades para conjugar los verbos correctamente. Afortunadamente, este comentario me impulsó a inscribirme en cursos de inglés durante mi tiempo libre a partir de los 14 años. Durante mi etapa universitaria, mi continua búsqueda por mejorar mi inglés dio sus frutos cuando fui aceptado en el programa “Work and Travel” en los Estados Unidos.

Una vez de regreso en la universidad, me encontré en un dilema. Debía decidir entre invitar a una chica a una cita, lo cual implicaría gastar el poco dinero que me quedaba después de trabajar en Estados Unidos lavando platos, o registrarme en un seminario en inglés de una universidad alemana. Afortunadamente, opté por el seminario, sin saber que este programa ofrecía oportunidades de intercambio para estudiantes. No solo dominaba el inglés en ese momento, sino que también tenía un interés genuino por la programación.

En una agradable tarde, durante un almuerzo con profesores alemanes, recibí dos noticias emocionantes. La primera fue que había sido seleccionado para un programa de intercambio en Alemania, donde debía contribuir en un proyecto académico. La segunda noticia era que ellos cubrirían la cuenta de ese almuerzo, ya que estaba ansioso porque a pesar de haber pedido poco, me faltaba dinero para pagar la cuenta. Es sorprendente pensar en todas las oportunidades que se abrieron para mí solo porque decidí mejorar mi inglés, gracias a una simple llamada de atención de mi maestra de colegio.

Mi Madre

El día de la entrevista en la embajada americana, mis notas fueron observadas debido a que tenía una nota perfecta de 20/20 en Filosofía estudiando yo Ingeniería de sistemas, al final me pidieron validar mi record académico en extranjería sin la seguridad de que esto me daría la Visa. “no me darán la visa, es mucho gasto y no tenemos más dinero!”, le aseguraba a mi madre por teléfono, pero ella de forma muy apacible argumentó que no había problema, y que, si no obtenía la Visa esta vez, no era el fin del mundo, seguramente lo lograría en el futuro. Finalmente, me otorgaron la Visa el 20 de diciembre, y llegué a Florida el 24 de diciembre, sin imaginar que esa sería la primera de muchas navidades lejos de mi madre.

Cuando ya me encontraba en Alemania y me preparaba para regresar a casa, mi madre me llamó por una corazonada y me preguntó si me sentía bien por volver a casa. En medio de sollozos, confesé: “Me gustaría quedarme aquí para estudiar y trabajar, pero no sé si puedo…”. Enumeré todas las limitaciones que, en mi opinión, enfrentaba para quedarme en Alemania. Como siempre, mi madre me dio ánimos y me dijo que no me preocupara por el dinero, que eso era asunto suyo, y que debía intentarlo de todos modos.

Es evidente que el apoyo de mi madre fue fundamental para que no me rindiera, incluso cuando enfrenté numerosos desafíos. Pero lo más importante que aprendí de esta experiencia es lo valioso que es no permitirse caer en el pesimismo y levantarse las veces que sea necesario.

Cooperando conmigo

Cuando celebré mi primer año en Alemania, creía que podía llevar una vida normal con el nivel de alemán que tenía, al menos eso pensaba. Una noche, tal vez influenciado por el alcohol, salí apresuradamente de una reunión y me dirigí a la habitación de Alfonso, quien como siempre estaba frente a su computadora. Le confesé: “Creo que no puedo con el alemán, no logro mantener una simple conversación con nadie”. Alfonso, con su calma habitual, me animó a seguir practicando y finalizó con la frase: “Quietito y cooperando”.

Durante el resto de mi tiempo en Alemania, probé varios métodos para aprender el idioma. Intenté ver contenido en alemán y asistí a más reuniones, a pesar de entender poco o nada. Fue entonces cuando comencé a soñar en alemán, soñaba con que los alemanes me hablaban en español y que mi familia me hablaba en alemán. En ese momento, me di cuenta de que todos los esfuerzos y las lágrimas habían dado sus frutos.

Actualmente, estoy aprendiendo francés y tengo planes de aprender Quechua, el idioma que hablaban mis abuelos.

La Octava entrevista de trabajo

Un día, agotado de trabajar haciendo inventarios en tiendas departamentales, decidí que ya era suficiente y me centré en buscar prácticas como programador. Envié innumerables aplicaciones y obtuve muy pocas invitaciones a entrevistas. La mayoría buscaba programadores con más experiencia o un alemán mucho más fluido. Fue hasta la séptima entrevista que empecé a dudar si ser programador en Alemania era una meta alcanzable, ya que me ofrecieron trabajar sin remuneración. Sin embargo, trabajar sin salario era un lujo que no podía permitirme.

Luego, una amiga de mis clases de salsa me recomendó aplicar en la empresa donde trabajaba. Decidí intentarlo por octava vez. Afortunadamente, no pasó mucho tiempo antes de que me invitaran a una entrevista, la cual se programó para un viernes en el que mi teléfono tenía solo un 5% de batería y los trenes tenían importantes retrasos. La empresa se encontraba a 40 minutos de la ciudad.

Entré en pánico y lo único que se me ocurrió fue enviar un correo electrónico avisando que llegaría tarde. Tan pronto como envié el correo, mi teléfono murió. No sabía si el correo se había enviado, y si lo había hecho, no sabía si me esperarían. A pesar de ello, decidí tomar el tren y, aunque me perdí al principio, finalmente logré llegar.

Me disculpé por la demora e intenté explicar de la manera más calmada posible lo sucedido. Al final de la entrevista, me preguntaron por qué creía que debían contratarme. Inspirado en la película “The Pursuit of Happyness,” respondí: “Porque, al igual que hice todo lo posible para llegar a esta entrevista, tengo la misma determinación para ser un buen programador”. Cuando regresé a casa, pensé que quizás debería haber respondido de manera diferente o haber solicitado cambiar la fecha de la reunión, pero ya todo había sucedido. Continué buscando más oportunidades, pero para mi sorpresa, a la semana siguiente me ofrecieron el puesto.

Conclusión

Buscando un enfoque más realista, lo que me ha ayudado en este viaje continuo que es la vida es el interés por aprender nuevos idiomas, haber desarrollado un enfoque estoico y, tal vez, una pizca de superstición que me hace creer en mi buena suerte.

Suscribirte a mi Blog es GRATIS y de vez en cuando te enviaré postales además de novedades de la comunidad =)




Deja un comentario

Tu comentario es valioso para el crecimiento de mi blog. Puedes hacerlo de FORMA ANÓNIMA y una vez aprobado por el administrador, se mostrará en el sitio. ¡Gracias por ser parte de esta comunidad!